viernes, 19 de noviembre de 2010

LA 23


Si Vd. no ha vivido nunca en el Barrio de Guanarteme, o si aún residiendo aquí, no tiene mas de quince años, probablemente el título de este artículo no le suene a nada. Pero los que tuvimos que padecer el único modo de comunicación con el exterior, no podremos olvidar nunca que la 23 era el número de la línea de guagua que comunicaba Guanarteme con el resto de la ciudad.

Hoy en día es imposible pensar que este Barrio, dotado de tantas comodidades y cada vez mas equipado y moderno ( Centro Comercial, Auditorio, Avenida… ) haya estado alguna vez aislado del resto de la Ciudad. Pero sí que lo estuvo, y probablemente muchísimo mas de lo que yo misma, por mi edad, pueda recordar. Pero es que hace escasamente quince años, para estar puntualmente a las ocho de la mañana en la Plaza del Obelisco, yo me tenía que levantar a las seis y cuarto.

¿Exageración? No lo crea, me explico. Una vez finalicé mi etapa escolar en el Colegio Público Fernando Guanarteme, mi padre, adelantado a su época, tomó la decisión de que yo estudiara el bachillerato en otro instituto que no fuera el del barrio, y terminé matriculada en el Instituto Isabel de España, situado en la calle Tomás Morales. Por cierto, que siempre he pensado que esa zona es algo así como un Gran Centro Comercial Abierto de la Enseñanza, debido a la ingente cantidad de institutos, facultades y colegios que se aglutinan en tan pequeño perímetro.

Lo cierto es que las clases comenzaban diariamente a las ocho, y yo, si quería llegar puntual, tenía que estar en la parada de la guagua a las 6.45 de la mañana. Una vez allí, con los ojos aún medio cerrados, no quedaba otro remedio que esperar…y esperar… porque la 23 no tenía horario fijo. Debían pasar cada veinticinco minutos. Pero yo creo que eso era una leyenda urbana, porque en cuatro años que estuve sufriendo sus retrasos, nunca vino ninguna antes de, como mínimo, media hora… Y claro, como las leyes de Murphy sí que se cumplen de verdad, si un día por cualquier razón te retrasabas, justo cuando llegabas a la parada te la encontrabas vacía, signo fatídico de que esa vez, la 23 se había adelantado. Era la excepción, pero claro, podía pasar.

Pero lo peor de la 23 no era cuando tenías que hacer el trayecto desde Guanarteme hacia cualquier otro sitio, porque al estar la primera parada en el propio barrio, generalmente podías hasta elegir el sitio en el que sentarte. Lo dramático de la 23 era cogerla en otro punto de la ciudad para regresar a tu casa. Especialmente si ese otro punto era la parada del obelisco a la hora de la salida de los institutos. Ese momento del día era el mas estresante para mi, tras la campana que anunciaba el final de la jornada, venía la salida del instituto como una estampida sorteando a todo el que se pusiera por delante para llegar a tiempo y coger un buen puesto en la parada. Pero eso solo fueron los primeros días. Pronto constaté que de forma reiterada en el obelisco, las guaguas pasaban tan llenas que ni siquiera se detenían en la parada sino que seguían de largo, llevándose consigo todas las esperanzas de llegar a casa considerablemente pronto y a una hora digna para almorzar después de haber salido a las 6.30 de la mañana.

Por ello tras semejante decepción, el nuevo objetivo fijado tras la salida de las clases, era el de caminar presta por la calle Tomás Morales hasta la parada de guaguas anterior, a fin de poder hacerme un hueco en el interior de la única nave que como a Ulises, pudiera devolverme sana y salva a mi hogar. La 23. Muchas veces allí tampoco se abrieron las puertas.

A los pocos días de la apertura del Centro Comercial las Arenas, disponíamos de 3 líneas de guaguas que llegaban hasta Guanarteme. Aunque Vd. No se lo crea, nos parecía fascinante poder elegir a cual subir. Y a pesar de que las deficiencias en el servicio de transporte actual son muchas, creo que las cosas han mejorado considerablemente. ¿O no?…lo cierto es que hace mucho que no viajo en guagua.

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