jueves, 3 de octubre de 2013

Como gaviotas perdidas

Hoy le ocurría algo. Y me preocupé, porque al principio no sabía si era bueno o malo. Solo supe que estaba distinta.

Hoy no era la de todos los días. 

Lo cierto es que nunca es la misma, porque no son las mismas olas las que llegan a la orilla, ni la misma arena la que nos espera paciente. 

Pero hoy había algo mas. Decenas de gaviotas forasteras curioseaban buscando tesoros ocultos en la arena negra de la Cícer. Y todos sabemos que la Cícer no es territorio de gaviotas...

Y al llegar cerca de la Peña de la Vieja seba, mucha seba. Montañas enteras como hacía mas de veinte años que no veía. Montañas que los operarios de limpieza se apuraban ufanos a quitar antes de que llegaran los primeros bañistas, en lo que me parecía una especie de incomprensible lucha contra natura. El olor profundo a sal, mareas y a marisco, me hizo viajar en el tiempo y volver a tener 9 años. Y por unos momentos volví a coger impulso en la arena para subir corriendo hasta lo mas alto de aquellos montones de algas ya malolientes por la descomposición, pero que junto con el laberinto de rocas y charcos del Charcón, constituían el mejor parque infantil que nadie hubiera podido imaginar nunca. Momentos de satisfacción inimaginable, que ni el mismísimo Bob Esponja al frente de toda la factoría Disney podría haber superado.

Enfrascada en estas ensoñaciones llegué hasta la puntilla y al darme la vuelta para desandar el camino volví a la realidad, intentando entender qué le ocurría hoy. No lo sabía. Las gaviotas en la Cícer, la inusual cantidad de seba... quizás la playa quería decirnos algo a su manera. ¿Estaría sufriendo algún cambio?
Y de repente, al fondo, sobre los muellitos, allí estaba, como protegiéndola de cualquier mal, ¡un impresionante arco iris!

Lo entendí enseguida. Y me alegré profundamente. ¡No pasaba nada malo!Nuestra Playa está viva. Se mueve, cambia... y nos habla. Hoy me habló. Pero nunca nos fijamos, porque solo queremos que nos escuche...

Nunca la atendemos, porque sabemos que está ahí, que estuvo y que estará siempre.Sabemos que bañó con sus olas a nuestros abuelos igual que lo hará con nuestros hijos. Que compartió con nosotros eternas tardes de verano como nos vió enamorarnos por primera vez... y que cuando estamos tristes solo tenemos que mirarla, porque el arrullo de sus olas es la nana que nos cura de cualquier mal.

Tenemos suerte de vivir aquí.Y tenemos suerte de tenerla. Aunque a veces no nos demos cuenta de lo privilegiados que somos, de lo que la queremos y de lo que la necesitamos. Porque siempre está ahí para nosotros.

Igual que muchos de los que nos quieren, siempre incondicionales a nuestro lado, pero a los que no valoramos, o si lo hacemos, no se lo decimos. Quizás somos como las gaviotas de hoy, perdidas buscando tesoros en el lugar equivocado si saber lo cerca que estamos de ellos. La Playa si la cuidamos, seguirá ahí...pero nosotros no somos eternos. 

A mi, hoy la playa me ha hablado y escribirle es la forma que tengo de darle las gracias. Pero a ella no le hace falta. A mis amigos, a mi familia, a mis padres, a mis hijos y a mi amor, si, GRACIAS, por estar ahí siempre.
Como mi playa.

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